lunes, 13 de abril de 2020

Novena a Nuestra Señora de los Ángeles

ORDEN DEL NOVENARIO
Terminado el rezo del Santo Rosario, se inicia la novena
según la siguiente distribución:
1. Oración preparatoria.
2. Lectura de la meditación propia de cada día
3. Preces comunitarias, o
4. Súplica final.
5. Himno a la Reina de la Iglesia.


ORACIÓN PREPARATORIA
Dios te salve, María, Madre de Dios, y singular abogada de los hombres. Confiados en tu poder intercesor, superior al de todos los santos, invocamos tu asistencia.
Alcánzanos, por tus méritos, una fe viva y constante, una segura esperanza y una caridad perfecta para que, detestando el pecado y sinceramente arrepentidos de haber ofendido a Dios, podamos confiar que nuestras súplicas sean atendidas.
Tú que con el titulo de Reina de los Angeles ejerces tan bienhechor patrocinio sobre este pueblo de Gualaca, muéstranos que eres madre de misericordia y mueve con tu purísimo amor el corazón de Dios para que benignamente nos conceda las gracias que pedimos en este novenario. Así sea.

(Léase ahora la meditación propia del día).



DÍA PRIMERO
LA BIBLIA NOS REVELA QUIEN ES LA SANTÍSIMA VIRGEN
Si queremos descubrir quién es la Santísima Virgen, cuál fué su cooperación-en el plan divino de la redención y qué misión desempeña en la vida de la Iglesia, acudamos a la Biblia.
La santa Biblia, con lenguaje sencillo, pero profundo, con expresiones sugeridas por el mismo Espíritu Santo, nos enseña cuanto es preciso saber sobre la Virgen María. Dios habla poco,
pero cada palabra de Dios encierra un universo de sorpresas.
Las pocas palabras que el Espíritu de "os dictó a los evangelistas sobre la Virgen poseen tal fecundidad que quedaríamos pasmados si nos fuera dado recontar la inmensa multitud de
libros que se han escrito comentándolas. Sin embargo, todo lo que es María, todo lo que Ella significa para Dios y todo cuanto El quiso que significara para nosotros está contenido en las páginas del santo Evangelio.

Pero conviene advertir que quien acuda a la Biblia con la ilusión de hallar una vida detallada y exhaustiva de la Virgen sufrirá un gran desengaño, porque la Biblia prescinde de propósito de un sinnúmero de detalles. Su infancia, su adolescencia, su vida de hogar, sus intimas relaciones con su
divino Hijo, todos estos preciosos pormenores, han sido intencionalmente silenciados. Parece que Dios se hubiera propuesto manifestarnos solamente aquellos datos que, sin deshumanizarla, la elevan sobre toda criatura, para que mejor comprendiéramoS su excepcional grandeza.
La Biblia será nuestro auxiliar en estas primeras meditaciones destinadas al descubrimiento de la Virgen.

DÍA SEGUNDO
LA ELEGIDA PARA EL MAS ALTO DESTINO
(Lucas, c. 1 v v. 26 - 35)
Quien tome como punto de meditación el relato de San Lucas sobre el misterio de la Anunciación, descubrirá fácilmente que en esas pocas líneas inspiradas por Dios está lo mejor que se ha
escrito sobre la Santísima Virgen.
El relato es mi diálogo, entre la Virgen y el arcángel que se desenvuelve con una sencillez y espontaneidad, admirables.
Dice así San Lucas: "... .fué enviado de parte de Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamad Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; y el nombre de la Virgen era María.

Entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia. El Señor es contigo. Ella se turbó al oir este saludo. Mas el ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande y llamado Hijo del Altísimo y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fui. Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no ángel le contestó y le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso el hijo
engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios"... conozco varón? El Este documento bíblico, avalado por Dios, nos declara tres grandes verdades sobre la Santísima Virgen: la plenitud de
gracia, su simpar virginidad y su altísimo destino de Madre de Dios. De ellos, como de tres purísimos manantiales, derivan todas sus perfecciones. Meditándolos, llegaremos a un conocimiento más perfecto de nuestra Santísima Madre.

DÍA TERCERO
LA PLENITUD DE GRACIA EN LA
SANTÍSIMA VIRGEN
(Lucas, c. I, v. 28)
La Biblia es, por excelencia, el libro de meditación, Las palabras de Dios, que ella nos tramite, son palabras arcanas, portadoras de inefables misterios cuya luz jamás se manifiesta a quien, llevado de simple curiosidad, convierte la Biblia en un libro de lectura. Su plenitud inicial de gracia nos descubre otra plenitud. La plenitud de santidad. Por eso, con todo rigor y sin el menor asomo de hipérbole, la llamamos Santísima y no simplemente Santa. Toda otra santidad va sombreada de imperfecciones. La de la Virgen excluye toda imperfección moral. María es un espejo de impoluta tersura en el que se refleja el rostro auténtico de Dios.

Si la gracia es, pues, una participación real de la vida de Dios, resultará que, quien esté "lleno de gracia", tendrá en sí la vida divina de un modo singular, poseerá la santidad más perfecta, será la criatura más amante de Dios y la más amada por El, gozará de una excepcional influencia. La Virgen estuvo y está "llena de gracia". Luego, según lo dicho, no es sólo santa, sino santísima; no sólo amada, sino la amadísima; no sólo es poderosa intercesora, sino la mediadora oficial entre Dios y los hombres. Por ello, quienes la reconocemos como tal, acudimos a Ella con inquebrantable confianza, diciéndole esperanzados: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores.

DÍA CUARTO
EL PORTENTO DE UNA MADRE VIRGEN
(Lucas, Lv v. 34 - 35)
Prescindiendo de todo ropaje literario, con el sencillísimo lenguaje de quien redacta una de esas noticias banales cuyo conocimiento en nada altera el ritmo ordinario de la vida, así nos cuenta San Lucas el más insólito y trascendente acontecimiento de la historia: la Encarnación del Hijo de Dios. No hay prevención alguna, en su escrito, contra posibles objetantes. Ni siquiera intenta justificarse de cuanto dice, declarándose depositario oficial de tan extraña revelación. De su mente brotan unas ideas que no son suyas y su pluma escribe -lo adivinamos- lo que Otro le dicta. Se palpa en toda la redacción la presencia y asistencia del Espíritu Santo, por eso, con sólo veintinueve palabras, como quien apenas dice nada, San Lucas anunció el contenido del gran misterio "El Espíritu Santo vendrá sobre tí, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado el Hijo de Dios".
Dios pudo realizar de mil modos la encarnación de su Hijo, como pudo también redimirnos sin servirse de este medio. Pero quiso que fuera así como nos lo cuenta San Lucas. La plenitud de gracia y la integridad virginal son como los ornamentos con que Dios hermoseó a la destinada para Madre de su Hijo. María, por el hecho de la Encarnación, entró en misteriosa familiaridad con la Trinidad Santísima. Dios le concedió el inefable don de la maternidad, reservándose para sí en absoluto la paternidad de aquel niño que ya llevaba en su seno. Ella sería con toda propiedad la Madre del Hijo de Dios.
Pero el Padre del Cristo-Hombre, no sería otro sino Dios mismo. Todo concurso de varón, todo proceso generativo ordinario, había sido previamente descartado. "La virtud del Altísimo", es decir, la fuerza creadora de Dios bastó para que en las entrañas de la Virgen aflorara el germen de una nueva vida.
Pocos días después de este inusitado acontecimiento, su prima Isabel, la primera en presentir la grandeza de María y en sentir su influjo sobrenatural, exclamaría gozosa; "Bendita Tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".

DÍA QUINTO
DIOS CON NOSOTROS, POR MARIA.
(Lucas, c, 11, v v. g - 6 - 7)

La Historia de la Salvación, cuyo desarrollo nos expone la Biblia, es la historia de la misericordia de Dios expresada en sus expléndidas donaciones. Sus etapas se distinguen entre sí por los mensajeros de que Dios se ha servido para enviarnos sus obsequios.

Patriarcas, profetas, reyes y caudillos van apareciendo sucesivamente entre las sombras del Viejo Testamento portante cada cual una divina donación. Dios está preparando con anticipo de siglos, su visita oficial a este mundo, porque no quiere darse a conocer inesperadamente.
Dios viene despacito hacia nosotros: Si Habla, lo hace por boca de ángeles y profetas; si interviene en la historia del pueblo escogido, frenando sus pasos o variando su rumbo, sírvese de sus patriarcas y caudillos-, si quiere acreditarse ante Israel, congo el Dios vivo, real, no muestra su rostro ni se aparece en figura humana, sino que oculta su inmensa majestad tras los velos de una nube fulgurante -como en el Sinaí- ó en el portento de una zarza que arde sin consumirse -como en el desierto de Horeb. El Dios de los profetas es el Dios que ordena y exige, que ilumina sus mentes y desata sus lenguas, a través del éxtasis o el ensueño. El Dios de Abraham, de Moisés y de Jacob, apesar de tantas pruebas de su exquisita familiaridad, es el Dios todavía lejano; el Dios que lleva siglos aproximándose a la Tierra, pero que no acaba de llegar. Los hombres presienten su venida y por eso lo esperan y le llaman el Esperado. La historia del Viejo Testamento es una larga espera de Dios, fundada en una Promesa, que es Luz, nacida en el preciso instante que las tinieblas descendieron sobre el Paraíso terrenal por culpa de una mujer, Eva, la madre de todos los vivientes. Pero esa Luz progresa, intensifica su fulgor, y ante el umbral del Nuevo Testamento llena toda la redondez de la Tierra para mostrar al mundo a otra mujer, mensajera, de Dios, que lleva un Niño en sus brazos.
Dios acaba de aparecer en la Tierra. María nos lo trajo. María nos lo dio a perpetuidad.

DÍA SEXTO
LA SANTIDAD DE MARÍA
(Lucas, c. 1, v. 28)

La santidad, para el común de los hombres, no es un punto de partida sino una meta lejana. La terminación victoriosa y feliz de un heroico combate que el hombre, con el auxilio imprescindible de la gracia, ha de librar para conquistar la perfección destruyendo cuanto de malo hay en él y
desarrollando cuanto de bueno recibió al ser regenerado por el santo bautismo.
A nosotros se nos da la santidad en germen, como una semilla delicadísima cuyo arraigo y desarrollo requiere un cuidado exquisito. A la Virgen, por el contrario, se le dio de una manera única, como vamos a ver.
María nació ya santificada, agraciada plenamente por Dios. Ella no tuvo que librar ningún combate para enderezar sus inclinaciones, ni tuvo que esforzarse para adquirir éstas o aquellas, virtudes; ni fue tampoco víctima --como nosotros, incluidos los santos-- del temor de disgustar a Dios o de llegar a perderlo. Su personal cometido espiritual consistió, no en una lucha contra la naturaleza viciada, sino simplemente en activar cuanto de Dios había recibido, Y Dios le dio -como atestigua el Evangelio- cuantas gracias y dones le podía dar. María, activăndolos, desarrollándolos, ejercitándolos con suma perfección, adquirió un mérito singular. Su fidelidad a la gracia, su compenetración con el Espíritu Santo, su crecimiento en Dios, no tienen par. Su santidad, desde un principio poseída, fue indefectiblemente progresiva, sin retrocesos ni retardos. Su vida terrena, im ascenso incontenible hacia Dios.
Su plenitud inicial de gracia nos descubre otra plenitud. La plenitud de santidad. Por eso, con todo rigor y sin el menor asomo de hipérbole, la llamamos Santísima y no simplemente Santa. Toda otra santidad va sombreada de imperfecciones. La de la Virgen excluye toda imperfección moral. María es un espejo de impoluta tersura en el que se refleja el rostro auténtico de Dios.

DÍA SÉPTIMO
EL RETRATO DE LA VIRGEN
(Lucas, c c. 1 - 2)

Una antiquísima tradición eclesiástica, nacida del siglo IV, nos presenta a San Lucas como pintor y refiere que la emperatriz. Eudocia envió a su hija un retrato de la Virgen pintado por él. El hecho es dudoso. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que San Lucas filé, entre los cuatro evagelistas, quien nos legó los más preciosos detalles sobre la
Madre de Dios. En los dos primeros capítulos de su evangelio, dedicados a la infancia de Jesús, hay rasgos sobrados y sobresalientes para reproducir la figura de la Virgen, no en su aspecto físico -del que nada nos dice- sino, en su primordial aspecto espiritual.
¿Cómo era la Virgen en este aspecto? La iglesia, intérprete oficial de las verdades reveladas, nos  acilita el siguiente esquema, en el cual podamos contemplar la intimidad de María, su fisonomía espiritual:
Dios hizo de María una criatura excepcional. En atención a su altísima dignidad de Madre de Dios, juntamente con la plenitud de gracia la dotó con todas las virtudes, la enriqueció con todos los dones del Espíritu Santo, le dio el sabrosísimos frutos, la posesionó de todos los carismas, le infundió la ciencia necesaria acerca de las verdades sobrenaturales y religiosas. Hízola inmacualada en su concepción, liberada de todo defecto moral. Y no obstante ser Ella, por naturaleza, pasible y mortal, la eximió de toda enfermedad y perseveró de la corrupción corporal.
Toda esta suma de singulares prerrogativas poseyó la Santísima Virgen en grado perfectísimo en atención a su plenitud de gracia. Todos estos impresionantes privilegios, que evidencian la grandeza de María, son los trazos vigorosos precisos que esbozan su fisonomía espiritual, el mejor retrato de la Madre de Dios.

DÍA OCTAVO
EL PODER INTERCESOR DE LA
SANTÍSIMA VIRGEN
(Juan, e. 2 v v. 1 - 5)

Dando de lado a toda exposición de carácter rigurosamente teológico, pero apoyándonos en la Biblia y en la doctrina de la Iglesia, vamos a razonar esta prerrogativa de la Virgen, o sea, su poder intercesor, haciendo un intento de vulgarización:
La facultad de pedir, con la esperanza cierta de ser escuchados por Dios -cuando pedirnos debidamente- es un recurso providencial que a nadie se nos niega.. Es más; dada la condición de nuestra vida terrena, es una imperiosa necesidad.
Cristo nos lo recordó repetidas veces e incluso nos lo urgió con expresiones imperativas: "pedid, llamad, orad". Y como la oración se valora, no sólo por lo gire se pide, sino también por los méritos personales de quien suplica, resultará que la oración de la persona más meritada ante Dios y mejor ilustrada en saber lo que se debe pedir y cómo se debe decir, será la que ofrecerá más garantías de ser escuchada por Dios.
La Virgen, no sólo ahora sino también a través de sil peregrinación terrena, oró perfectisimamente y contó con méritos inigualables ante Dios. Luego, Ella goza de un excepcional poder intercesor para obtener el remedio de nuestras necesidades y conseguirnos los recursos para nuestra santificación.
Por su dignidad de Madre de Dios goza de especialísima influencia. Por su cooperación a la obra redentora de su hijo, es la criatura más interesada en la aplicación de sus inefables beneficios. Por ser Madre de Cristo, de quien nosotros somos miembros, no puede dejar de ejercer su maternal solicitud con cada uno de nosotros. Por desear como nadie el triunfo y la consumación de la Redención, no puede dejamos abandonados y expuestos a una irreparable perdición.
Quien lea atentamente lo acontecido en aquellas bodas de Caná, a las que Madre e hijo fueron invitados, descubrirá la eficacia de su intercesión. No pidió ninguna gracia o beneficio sobrenatural. Pidió, simplemente, vino. parecer, Cristo se resistió a realizar el milagro.
Pero nadie su leer en sus ojos lo que Ella leyó, ni nadie intuyó su intención como Ella la supo intuir y por eso ordenó a los servidores: "Haced lo que El os diga" y Cristo accedió a su deseo. He aquí una prueba fehaciente de su extraordinario poder de intersección.

DÍA NOVENO
MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA.

El nuevo título de Madre de la Iglesia, con que honramos invocamos a la Santísima Virgen, resonó por vez primera en la gran basílica de San Pedro de Roma en los días del Concilio Vaticano II°
solemnemente ante la gran asamblea de obispos, peritos conciliares e invitados especiales. Pero este título tiene una historia emocionante y dramática que es preciso conocer. Paulo VI, el Papa actual, lo proclamó Una auténtica batalla ideológica, capitaneada en sus bandos por prestigiosos teólogos, venía librándose entre convocados al Concilio. El objeto de discusión, el motivo de la discrepancia -aunque parezca impensable!- era nada menos que la Santísima Virgen. Quienes querían precipitar precipitándose ellos- la suspirada unión de todas las iglesias señalaban a María como uno de los más serios obstáculos. si para el mundo protestante. Porque el Protestantismo jamás estuvo de acuerdo con los católicos sobre la doctrina de la Virgen.
El Protestantisnmo sólo reconoce en Ella la Madre natural de Jesús y se resiste con irreductible obstinación a rendirle culto.
Querían pues, los apasionados del unionismo que en la doctrina sobre María, Madre de Dios, se dijese únicamente lo que la Biblia dice, observando un prudentisimo silencio sobre el sustantivo contenido que hay en ese inspirado decir del Evangelio. De haber triunfado la opinión, María se hubiese convertido en una prestigiosa mujer relacionada con Cristo en virtud de su maternidad, elegida por Dios para esa función y digna, en consecuencia, del máximo respeto. No se cegaba el manantial de las grandezas de María, pero se torcía intencionalmente el curso de sus aguas cristalinas. El paso hacia una obligada revisión y crítica de la teología mariana ya estaba dado. La apertura del diálogo franco y generoso con el mundo protestante era ya un hecho. En esta atmósfera enrarecida por las inquietudes de unos y las ilusionas esperanzas de otros, se reunió la gran asamblea conciliar. ¿Qué iba a suceder? ¿Vendría el esperado abrazo fraternal de todos los credos? .. ¿'Triunfaría la Virgen?
Sucedió, en realidad, lo que debía suceder. Paulo VI, movido por el Espíritu Santo, con voz sonora y emocionada hizo la siguiente proclamación oficial: "Para gloria de la Virgen, y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María santísima MADRE DE LA IGLESIA ...y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratisimo título".
Revivió Pentecostés: quienes lo esperaban, rompieron en estruendosos aplausos-, quienes alimentaban otras esperanzas, pensaron que tal vez... -No podemos expresar su sentimiento-. Desde entonces, este inmenso hogar, que es la Iglesia, ha cambiado tanto que, quienes quisieran entrar, tendrán que rendirse a María, aceptarla como Madre y reverenciarla con filial devoción. Era lo natural, lo ansiosamente esperado, porque donde está Dios allí está indiscutiblemente la Santísima Virgen.

PRECES COMUNITARIAS (cantadas).
Cantores. Para que Dios nos dé la paz y aleje todo mal denuestro pueblo.
Todos.-Reina de los Angeles, intercede por nosotros.
Cantores. -Para que Dios junte en su amor a todas nuestras familias,
Todos.-Reina de los Angeles,...
Cantores.-Para que Dios, en su bondad, socorra nuestras necesidades,
Todos.-Reina de los Angeles, ...
Cantores-Para que Dios conceda el perdón a todos los agonizantes,
Todos-Reina de los Angeles,
Cantores.-Para que Dios misericordioso dé el eterno descanso a todos nuestros difuntos,
Todos.-Reina de los Angeles, intercede por nosotros.


SUPLICA FINAL
Gloriosisima Reina de los Ángeles y Madre queridísima de a todos los gualaqueños. Tú que con inigualable solicitud cuidaste al Hijo de Dios y le prodigaste las más tiernas caricias, desempeña este mismo oficio con nosotros que, aunque pecadores, somos también hijos tuyos.
Guía a los caminantes, socorre a los necesitados, consuela a los afligidos. Sé tabla de salvación para los desesperados, fuente de salud para los enfermos, puerta del Cielo para los moribundos.
Entra en nuestros hogares, pues eres nuestra Reina, y dignifica nuestras familias, Sé maestra de nuestra vida: fuera nuestros egoísmos y estrecha los lazos de amor entre padres e hijos; convierte cada hogar en un pequeño templo donde cada dia y en santa comunión de fe, esperanza y caridad rindamos culto a Dios, confiemos en su paternal providencia y aceptemos su santísima voluntad.
Haz que todos te amemos sinceramente, te veneremos
devotamente e invoquemos tu intercesión con el rezo cotidiano del Santo Rosario. Así sea.

(Termina la novena con el canto del Himno)


HIMNO A LA REINA DE LA IGLESIA

Reina Excelsa, tu pueblo te invoca
embriagado de dicha y de fé
el amor que tu pecho atesora
en tu imagen gloriosa se vé.

Si tu regia palabra nos diste
que la Madre del pueblo serías
esperanza y consuelo darías
a tus hijos en toda aflicción.

II

Hoy Gualaca gozoso se afana
en honrarte cantando tus glorias
tu bondad, tu poder, tu victoria.
Dadle, oh Madre, tu real bendición.

Aquí tienes, oh Madre querida,
a este pueblo feliz que te invoca
que te llama su Reina y Señora
que en ti cifra su gloria y honor.

III

 Que los ángeles canten las glorias
del Señor que te dió bondadoso
su tesoro más rico y precioso
de grandeza, de gracia y amor.

Toda gracia excelente y perfecta
en tu pecho feliz has rendido.
Cuánta gloria y honor has rendido
al eterno en tu santa humildad.

IV

Tu bondad y poder, Reina Excelsa,
fuentes son de indecible ternura.
Quién pudiera gozar las dulzuras
de tus ondas de dicha y de paz.

Y nosotros, oh Madre, juramos
como fieles vasallos servirte
y cual hijos amantes decirte
tuyo es y será nuestro amor.